La obra maestra desconocida (Le chef-d’œuvre inconnu)
de Honoré de Balzac
Traducción de: Robert Saffron
Fecha original de publicación: 1831
Editorial: Casimiro
La obra
maestra desconocida narra, en
menos de 40 páginas, el fracaso en el arte. No el fracaso a ojos del mundo,
sino el fracaso del artista ante sí mismo. Claro ejemplo se encuentra en Miguel
Ángel, quien, con su obra, no lograba apaciguar su alma ni sus aspiraciones
espirituales. Es pues, de este fracaso ─el personal del artista─ del que nos
habla Balzac en La obra maestra
desconocida.
FRENHOFER, anciano pintor, maestro de pintores, se
niega a mostrar una virgen que dice estar haciendo des de hace más de diez
años.
“─!Mostrar mi obra!─ exclamó el anciano, emocionado. No, no, aún debo perfeccionarla. Ayer, al atardecer ─dijo─ creí haberla acabado. Sus ojos me parecían húmedos, su carne palpitaba. Las trenzas de sus cabellos se movían. ¡Respiraba! Si bien he encontrado el medio de plasmar en una tela plana, el relieve y la redondez de la naturaleza, esta mañana, con la luz del día, he reconocido mi error”.
Y es que la profunda meditación y la búsqueda de
la perfección, de algo artesanal, como el arte, que calme la tempestad,
provocan, en Frenhofer, “dudar del objeto mismo de sus investigaciones”. Es
decir: del miso arte. Cuando la inmensidad de las esperanzas supera la
mediocridad de los recursos. Y Frenhofer, no es un loco, ni un caso aislado.
Tampoco Balzac al presentarlo. Es, más probablemente, la encarnación de la
condición del artista moderno: la duda y la ansiedad.
LA BELLEZA, de quien se dice: “es severa y difícil
y no se deja alcanzar así como así; es preciso esperar su momento, espiarla,
cortejarla con insistencia y abrazarla estrechamente para obligarla a
entregarse” captiva a Frenhofer. Esa inalcanzable musa, escondida en la
naturaleza, que se muestra y se esconde, que te giña el ojo y te impide que tu
mano le pellizque por debajo de la falda. Por eso Frenhofer, hasta el último
suspiro antes de mostrar la obra a dos de sus discípulos dice: “Sin embargo,
aún no estoy contento; tengo dudas”. Porqué, como él acaba afirmando: “¿Qué son
diez cortos años cuando se trata de luchar contra la naturaleza?”. Diez años
que lleva pintando y perfeccionando el cuadro. Diez años que acaban, en los
ojos del joven Poussin, como “colores confusamente amontonados y contenidos por
una multitud de extrañas líneas que forman un muro de pintura”.
PAUL BAROLSKY, en el artículo “Balzac and the
Fable of Failure in Modern Art” (que también aparece en el libro, a modo de
prólogo), nos habla del fracaso en el arte, ilustrado en La obra maestra desconocida por Balzac, como una tendencia
extendida. Habla de Oscar Wilde y Henry James. De Degas y de Cézanne. De
Picasso y de Julian Barnes. Y hasta de Ovidio y de su metamorfosis. Quien,
desesperado, como lo haría Gregor siglos después, grita: “¿No oís mi canto?”.
Es un ejemplo más de “la pesadilla del ineludible fracaso del artista: una
pesadilla de la que el arte moderno, no obstante la ironía, la broma, la burla,
al diversión, la farsa de James y Proust, de Picasso y Duchamp, de Richepin y
Barnes, aún no había despertado”.
Y AÑADO, a modo de conclusión, una cita de Marcel
Duchamp, que aparece, íntegra y solitariamente, en la contraportada del libro:
“Son millones los artistas que crean, pero sólo unos pocos miles son tenidos en cuenta y valorados por el espectador, y aún menos son los que la posteridad consagra.
El artista podrá pregonar desde todos los tejados su genio, pero deberá esperar el juicio del espectador para que sus palabras adquieran valor social y la posteridad lo acabe incluyendo en los manuales de Historia del Arte”.
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