The Great Gatsby (El gran Gatsby)
de F. S. Fitzgerald
Fecha original de publicación: 1985
Editorial: Alfaguara
No hacen
falta muchas palabras, ni ordenarlas de manera muy complicada, para decir algo
profundo. Esto es con lo que me quedo de El
gran Gatsby. Novela sencilla ambientada en los roaring twenties y narrada por Nick Carraway: fiel observador, no
siempre implicado en la historia, detallista e irónico. Éste, des de su
ventana, narra la historia de Jay Gatsby. Ya que, como él mismo dice: “Al fin y al
cabo, desde una sola ventana se contempla mejor la vida”.
La historia
que se nos narra es el del amor perdido de Gatsby. Él, persona condenada a su
soledad disfrazada y a la frivolidad del dinero, querrá recuperar un sueño, un
solo sueño, que se desmantela a lo largo de las páginas: Daisy, su amor de juventud. Y así, con la suave voz de Nick, la vida de Gatsby avanza hacia su
obsesión, filtrando, paulatinamente, la amarga realidad (la no soñada) con la irónica
voz de Fitzgerald.
La
fiesta adquiere un papel relevante. En la gran casa de Gatsby se suceden
grandes fiestas, con gente desconocida para él y también para ellos mismos. Gente
cínica, en un ambiente falso. Dónde reina la nada disfrazada de dinero y la música del
silencio. Gatsby es el anfitrion de estas fiestas.
Estas fiestas,
con jazz desenfrenado, igual que vemos a Fitzgerald y a Zelda en Midnight In Paris, cuando llega “la hora
de la profunda mutación humana” y “la atmósfera se cargaba con excitación”
se dejaban, placenteramente, llevar por la atmósfera nocturna:
“De
súbito, una de esas gitanas, vestida de tembloroso opal, se apodera de un
cóctel en el aire, se echa al coleto para cobrar valor, y moviendo las manod
como Frisco, se pone a bailar sobre la plataforma de lona. Un momentáneo
silencio; el director de orquestra cambia cortésmente el ritmo de la música, y
estallan los comentarios, circula la equivocada información de que es la doble
de Gilda Gray en el ‹‹Follies››. Ha empezado la fiesta.”
Y todo,
en la glamurosa atmósfera de Nueva York que Fitzgerald, con la voz de Nick, describe
así:
“Nueva
York empezó a gustarme por su chispeante y aventurera sensación nocturna, y por
la satisfacción que presta a la mirada humana su constante revoloteo de
hombres, mujeres y máquinas. Gustaba de pasear por la Quinta Avenida y elegir
románticas mujeres entre la multitud; imaginar que dentro de breves minutos,
irrumpiría en su vida sin que nadie lo supiera ni lo desaprobara. A veces las
seguía, con el pensamiento, a sus pisos situados en esquinas ocultas de
callejas, desde donde se volvían, sonriéndome, antes de desaparecer en la
cálida oscuridad. En el encantador crepúsculo metropolitano, sentía a veces una
obsesionante soledad, y la sentía también en otros empleadillos que pasaban el
rato frente a los escaparates, esperando la hora de una solitaria cena en un
restaurante; empleadillos ociosos en el crepúsculo, que desperdiciaban los más
conmovedores instantes de la noche y de la vida.”
Y
así, igual que Nick, o Francis, que siguen con el pensamiento a esas muchachas,
nosotros seguimos la historia que quizá es, igual que tantas cosas, un trozo de
imaginación. Pero
todo este mundo idealizado de los felices años veinte, de fiesta, y en donde
todo parece ser bello y brillante, no es más que un sueño; un engaño. Como la
trágica vida de Gatsby. Como su obsesión de un amor pasado. Como el dinero. Como
la compañía en las fiestas. Como la música. Como la bebida. Y al desnudarlo,
con sencillez pero con maestría, sólo queda lo perdido, lo que, tras la ironía
de Fitzgerald, realmente fue. “Y así vamos adelante, botes que reman contra la
corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”. Sin olvidar, como aconsejaron
a Nick algún día:
‹‹Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien ─me dijo─ ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas…››
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