August
Strindberg y Friedrich Nietzsche intercambiaron en su día correspondencia. Pasaba
a finales del siglo XIX, en Europa. Uno, el primero, des de Suecia, y el otro,
el segundo, des de Alemania. Así pues, no es de extrañar que, aunque en formatos y des de terrenos muy
distintos, ambos pusieran de manifiesto la inversión de los valores morales. Nietzsche,
en El ocaso de los ídolos, presenta ─en un capítulo dedicado a “El problema de Sócrates”─ su visión de cómo, del miedo a las tinieblas, a lo desconocido y de la negación
al instinto, se mutiló al hombre, dejando a la razón tiranizar la cultura occidental:
El fanatismo con que todo el pensamiento griego se aferró a la racionalidad revela un estado de necesidad: se estaba en peligro, había sólo una elección posible: o hundirse o volverse absurdamente razonables. El moralismo de los filósofos griegos a partir de Platón está patológicamente condicionado, así como su valoración dialéctica. Razón = virtud = felicidad significa simplemente: debemos hacer como Sócrates y levantar una luz permanente contra las tinieblas: la luz de la razón. El hombre debe ser a toda costa claro, sereno, perspicaz, ya que cada concesión a los instintos conduce a lo desconocido, a lo inconsciente…
Y si
Nietzsche lo hacía des del terreno de la filosofía, hurgando en el origen
histórico del patrón cultural de occidente (Grecia), Strindberg, mucho más
metafórico, y mucho más, si se quiere, partidario de la imaginación literaria,
teatraliza, en el inicio de su novela Inferno,
una conversación entre Lucifer y Dios. En ella, Lucifer es el bueno: el portador de la luz, el destronado. Y Dios el espíritu maligno,
el usurpador. Si Nietzsche atacaba el origen de la racionalidad, aquí,
Strindberg, ataca el génesis bíblico de la creación del hombre:
DIOS¡Hágase el movimiento, pues el reposo nos ha corrompido! ¡Quiero intentar una nueva manifestación, aun a riesgo de dispersarme y perderme entre esa multitud de brutos!
¡Mirad! Allí abajo, entre Marte y Venus, aún quedan sin ocupar algunos miriámetros de mis dominios. Quisiera crear allí un mundo nuevo: nacerá de la Nada, y a la Nada habrá de retornar un día. Las criaturas que viven en él se creerán dioses como nosotros, y será para nosotros un placer ver sus luchas y vanidades. ¡Que su nombre sea el mundo de la locura! ¿Qué dice a ello mi hermano Lucifer, que comparte conmigo estos dominios al sur de la Vía Láctea?
August Strindberg
Friedrich Nietzsche
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