El héroe de nuestro tiempo
de M. Y. Lérmontov
Traducción de: Rocío Martínez Torres
Fecha original de publicación: 1840
Editorial: Akal
Estructurada
en cinco relatos y a través de la voz de tres narradores, Un héroe de nuestro tiempo (1840), es, como el mismo Lérmontov
afirma en el prólogo, una novela en la que se retratan los vicios de toda una
generación. El autor, sin juzgar y limitándose a plasmar los hechos tal y como
los ve, nos acerca, a través de una estructura espiral, como si se tratara de
un juego de muñecas rusas, a la figura de Pechorin.
El
héroe que se nos revela en Pechorin, es aquel nacido de la revolución
decembrista de 1825, es decir, el joven que no sirve ("lishiy chelovek").
Solitario, trágico-romántico, víctima de una generación, que navega solo por el
océano de la vida y al que, a pesar de buscar constantemente, nada le llena,
nada le realiza, y se siente triste, dominado por el sinsentido, por el "spleen".
Pechorin tiene una visión prenihilista “Me limitaba a satisfacer una extraña
necesidad del corazón, devorando con avidez los sentimientos de los demás, su
ternura, sus alegrías y sufrimientos, y nunca llegaba a saciarme”. Su
condición, como nos narra el propio Pechorin en este fragmento, no sólo es
trágica porque nada lo llena, sino también porque le resulta inevitable hacer
daño a la gente que se acerca. Esto los hace desdichados, sí, pero a quien más
le pesa ya quien más desdichado hace es a él, a Pechorin. No obstante, es
llamado héroe. Un héroe incapaz de cambiar. Se mueve exteriormente, pero por
dentro, permanece inmutable. Intenta huir, pero no puede. Intenta
olvidar, pero le resulta imposible. “No hay en el mundo una persona a la que su
pasado le domine tanto como a mí. Cualquier recuerdo de penas o alegrías golpea
dolorosamente mi alma y arranca de ella las mismas emociones que antaño. He
sido concebido estúpidamente: no soy capaz de olvidar nada. ¡Nada!”. Con esta
imperturbabilidad liga la idea del fatalismo, también presente en la obra.
Lérmontov nos presenta el carácter como algo determinante. Pechorin lucha pero
no cambia su forma de ver; la irracionalidad, la partición interna que lo
domina, las contradicciones, lo mueven tormentosamente por los senderos de la
vida.
En
este camino, además, la naturaleza y el paisaje caucasiano adquieren un papel
muy relevante. La naturaleza, en primer lugar, es tratada como un protagonista
más y ayuda, a lo largo de la novela, a acercarnos al estado anímico de ciertos
personajes. Ésta es sabia, casi habla. E incluso, a veces, la ama como a una
mujer, como demuestra este fragmento:
En el desfiladero aún no había
penetrado la luz radiante del nuevo día; ésta cubría de oro sólo las cimas de
los peñascos pensiles a ambos lados; los espesos matorrales que crecían en sus
profundas grietas nos cubrían de una lluvia plateada al menor soplo de viento.
Recuerdo que en aquella ocasión mi amor por la naturaleza era mayor que nunca.
Y es
que la naturaleza, a lo largo de toda la novela, es un ser omnipotente, y
además, un medio de tipologización para describir psicológicamente el
personaje. Otro aspecto es el Cáucaso: el exótico sur. Allí nacen estas imágenes tan plásticas de paisajes, estas texturas casi
palpables. El Cáucaso es salvaje, es auténtico, es puro. Y
a pesar del supuesto sentimiento de superioridad rusa, es el mundo de las
pasiones y es un mundo diferente, repleto de culturas no eslavas y de mujeres
diferentes (como vemos en la historia de amor trágico de Bela).
El héroe de nuestro tiempo, es
una obra romántica por el paisaje, el argumento y los motivos, y, a la vez, está
impregnada por el realismo ruso. Es una obra de contrastes constantes. Entre
lo bello y lo feo, la luz y las tinieblas. Una obra que alza a Pechorin a la
cima de los héroes; esos héroes que como Raskolnikov, están partidos, dudad y
les gusta dudar, y no obstante, esta mentalidad no les impide tener un carácter
decidido. Viven en la tormenta, pero, como el mismo Lérmontov decía en su poema
La vela, esta es su paz. La única paz que conocen y la única paz en la que
pueden vivir.
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